La Alhambra.La evocación del Paraíso
“Jamás vimos alcázar tan excelso de más claro horizonte y más anchura”
Ibn Zamrak. Sala De Dos Hermanas
El Museo recrea la Alhambra a través de la reproducción de los Palacios Nazaríes de Comares y los Leones. Se muestra el contraste de sus herméticos y potentes volúmenes externos propios de una fortaleza bien protegida, frente a la intrincada armonía de espacios públicos y domésticos del interior, donde el patio y el agua condicionan y articulan las diferentes estancias.
Asociada al paraíso, a la vida, a la persistencia, el agua queda vinculada a la cultura islámica en procesos de múltiples significados, como la purificación, requisito ineludible para las prácticas religiosas, que contactan al individuo con la divinidad
Por ello, la Alhambra evoca a través de las inscripciones de sus muros, la configuración de su planta y las estancias ornamentadas, el poder terrenal representado por el sultán y su conexión con la deidad mediante la materialización del paraíso.
También para la vida diaria se tuvo en cuenta el aprovechamiento hídrico. Su planificación de abastecer el conjunto palatino por medio de la acequia real que procedía del Darro, transformó las secas colinas de los montes y bancales en sendos vergeles. El agua regaba los jardines del Generalife hasta constituir el canal central alhambreño. Así se surtían estanques, fuentes y baños donde recrearse y efectuar la ablución. Con este acto el creyente mojaba sus manos, instrumentos de acción, la boca, simulando la bebida del estanque del paraíso, la nariz, el aroma del jardín, los antebrazos, la fuerza con la que se construye el mundo, la frente, poso de sabiduría, las orejas, el sonido y las piernas, el móvil hacia el camino divino.
Agua para enjuagarse o beber de las vasijas que se empotraban en las hornacinas o tacas de las estancias, y con la que celebrar banquetes o festejos, como cuando Muhammad V inauguró dos salas de los recintos privados del Palacio de los Leones. En este sentido, aguas perfumadas de rosas que caían sobre los invitados: “como un diluvio hasta el punto que goteaban sus bigotes y calaban las colas de los trajes”.
El sultán vuelve al espacio público del Palacio de Comares. Su jardín líquido proyectaba e iluminaba las audiencias bajo una bóveda celestial de maderas incrustadas conformando estrellas. Los astros, constituían los siete cielos hasta alcanzar el trono bajo el que se sentaba el príncipe de los creyentes. Enfrente y en el otro extremo del patio, un pequeño arco servía de ingreso al harén solo y exclusivamente traspasado por él. Los baños reales suponían la transición entre lo público y lo privado, representado por el Palacio de los Leones. En él, el paraíso irrumpe a través de un bosque de ciento veinticuatro fustes blancos, que según el escritor y visir granadino Ibn al Jatib, extasiaban la mirada elevando el pensamiento. Pabellones cupulados que rocían mocárabes como gotas en torno a un patio donde confluyen cuatros ríos hacia una fuente. Un surtidor que vierte el agua a través de doce leones diferentes y la hacen fluir por los canalillos en un ir y venir continuo, casi eterno. Una eternidad que cobra sentido con la poesía de Ibn Zamrak, inscrita en sus muros, haciendo de la Alhambra y de quienes la hicieron, un paraíso imaginario y materialmente memorable, ensalzado en sus versos.
«Bendito sea aquel que concedió al imán Muhammad mansiones embellecidas con espléndidos adornos.
¿Por ventura esta fuente no nos ofrece maravillas que Dios ha querido hacer incomparables en magnificencia?
Formada con perlas de trémulo resplandor, adorna su base con las perlas que a ella misma sobran.
Se desliza líquida plata entre sus alhajas, sin semejante por la belleza de su blancura y brillantez. Confundiéndose a los ojos el líquido (de plata) con las sólidas (joyas), de modo que no sabemos qué se desliza.
¿No ves cómo el agua rebosa por los bordes, y cómo las tuberías la ocultan al momento?
Del propio modo un amante, cuyos párpados están llenos de lágrimas, se esfuerza en contenerlas por el temor de ser observado.
Y, en verdad, ¿qué es ella sino una nube que derrama desde sí sus beneficios a los leones?
A semejanza suya, la mano del Califa, desde que amanece, derrama también sus dádivas sobre los leones de la guerra.
¡Oh tú, que miras estos leones acechantes! Tal es su veneración (hacia el Sultán) que detienen su fiereza.
¡Oh descendiente de los Ansares y no por línea transversal!
Has heredado ese grande honor, a cuyo lado son nada todas las grandezas.
La salud de Dios sea contigo.
¡Ojalá puedas renovar fiestas y subyugar a tus enemigos!»